Las dos hermanas. Elena tenía dos años, y Amaya 3 meses |
Siempre me siento más sensible espiritualmente cuando estoy embarazada. No sé exactamente por qué, pero parece que estoy más atenta, no solamente a mi cuerpo, sino también al Espíritu Santo y a la voz interior. Casi inmediatemente, empecé a oír esa voz dentro de mí diciendo que esta vez, era importante dar a luz sin medicamentos.
Pensé que estaba loca. No me considero muy valiente en cuanto al dolor, y tenía miedo. Sin embargo, cuanto más intentaba ignorar esa voz, más fuerte se ponía. Le dije a mi esposo que quería un parto natural, y él estaba incrédulo. A pesar de sus dudas--y las mías--empecé a leer y estudiar sobre los partos naturales. Hablé con una amiga que es partera. Tomé la decisión de seguir a esa voz interior.
Resultó que las contracciones no eran tan dolorosas como esperaba. Sí, dolían, pero con la ayuda de mi amiga y mi esposo, pude soportarlas fácilmente. Fuimos al hospital, y estaba riendo con mi partera y Carlos sobre la película en mi cuarto (una de las peores secuelas de El planeta de los simios, que yo detesto). El obstetra llegó y me indicó que empujara. De repente, se puso palidísimo como la nieve--el cordón estaba prolapsado sobre la cabeza. Gracias a Dios, después de empujar tres o cuatro veces, mi hijita salió y estaba perfectamente bien.
Luego, mi obstetra me explicó la gravidad de la situación. Me dijo que si yo hubiera tenido un epidural y pitocina, que habría tenido una cesárea, y que lo más probable era que mi hija no hubiera sobrevivido, o por lo menos, habría sufrido mucho daño del cerebro. Si yo no hubiera prestado atención a esa voz interior, no tendría mi preciosa hija. Todavía me da escalofríos pensar en eso.
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Elena, 3 meses |
Todo salía muy bien, a pesar del dolor intenso en mi espalda por la posición de la bebé. Estaba casi completa. Pero gradualmente, empezó a haber más tiempo entre las contracciones. Pasaron varias horas, y no nació. Finalmente, decidimos ir al hospital.
La verdad es que estaba muy asustada. Después de tantas hora de parto, me sentía agotada, y temía que hubiera algún problema grave. Dudaba mucho esa voz que me había impulsado a dar a luz en casa. Obviamente, estaba equivocada, ¿verdad?
Al llegar al hospital, me dieron un poquito de pitocina para acelerar el parto, y los dolores aumentaron mucho. Las contracciones volvieron tan intensas que les pedí que bajaran la pitocina, y lo hicieron de inmediato. Ruptaron la bolsa de aguas, y en un instante sentí que descendía la bebé. Toqué su cabeza con mi mano--el primer toque que ella recibió--y en ese momento, sentí algo tan precioso que todavía no tengo palabras para describirlo. Fue un momento trascendente que nunca olvidaré. Ella salió rápidamente. Resultó que tenía la mano al lado de la cabeza. Además, pesaba nueve libras y seis onzas. ¡Con razón tardó un poco para nacer!
Estaba perfecta. A pesar de ser una bebé tan grande y tener la mano así, no me lastimó para nada. De hecho, dentro de dos semanas, yo estaba cargando a su hermana mayor en mis brazos mientras caminábamos por las calles de San Juan. Me recuperé de ese parto más rápidamente que con cualquier de los otros. Pero, si hubiera planeado un parto en el hospital con obstetra, es casi seguro que habría tenido una cesárea innecesaria.
Amaya, dos semanas de edad |
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La familia entera el día en qué Amaya nació |